DNF

Porque podo

Vencerei eu!

Después de unas 80 competiciones de diversas modalidades, distancias y condiciones a lo largo de casi 5 años —con el parón inevitable de varios meses impuesto por el confinamiento de la COVID-19  durante gran parte de 2020 y 2021—, me ha llegado el triste momento de mi primer DNF —Did Not Finish—, de mi primera retirada sin alcanzar la meta en una competición.

Tal vez debería sentirme frustrado y derrotado por el resultado obtenido en esta 9.ª edición del triatlón de media distancia Desafío Cíes, y sin embargo no puedo evitar tener una cierta sensación de victoria, un regusto de trabajo bien hecho y satisfacción orgullosa y, sobre todo, una conciencia más que tranquila después de haberlo dado todo con tesón, energía, limpieza, competitividad y deportividad ya no durante la prueba en sí, sino durante los meses previos de preparación ad hoc. ¿No es esa acaso la verdadera esencia del deporte?


Es cierto que si bien cumplí casi a pies juntillas el mismo plan de entrenamiento de 12 semanas que tan buenos resultados me había dado en la edición de la misma competición del año 2021, íntimamente llegaba con ciertas reservas, en especial en lo tocante a la carrera a pie, cautelas que sin duda influyeron un tanto negativamente en mi disposición de ánimo a la hora de afrontar los 21,1 kilómetros finales. Para el sector de la bici no las tenía tampoco todas conmigo y no sabría si sería capaz de soportar 90 km acoplado y recogido sobre el manillar de triatlón, en especial tras sufrir solo 7 días antes una caída en bici aparatosísima, que me dejó diversos cortes en la cara y el hombro, brazo y mano derechos tan magullados y doloridos que tuve que pasar por urgencias el lunes 12 para asegurarme de que lo máximo que sufría eran contracturas y hematomas y no ninguna fractura incapacitante, así como con un problema con el cambio que pasaré a referir más abajo.

Rodé por largo trecho. Con las costillas conté los pasos

La mañana del domingo 18 de septiembre empezó inmejorablemente, con un amanecer calmo y hermosísimo y una temperatura de 20º ya a las 7 de la mañana, los cielos despejados, sin la más mínima brisa, con el mar como un plato, con una temperatura del agua ideal de 20º,  y con el circuito de natación, a diferencia del año pasado, bien marcado y balizado con señales luminosas. Además, al haberse eliminado todo tipo de restricciones con motivo del COVID, este año sí tuvimos oportunidad de calentar en el agua, aclimatarnos a ella, ajustarnos el neopreno, el gorro y las gafas pertinentemente, etc..

La natación me salió aceptablemente bien para mi nivel paupérrimo, pues invertí 42:05 mins en recorrer los 1900 m del circuito —casi 4 minutos menos que el año pasado, a razón de 2:13 mins/km y llegando en el puesto 156 de los 221 participantes que habían tomado la salida.

En la primera transición, de la natación a la bicicleta, me lo tomé con calma y aun así conseguí gastar solo 4 minutos y 11 segundos, 49 segundos menos que el año pasado, con lo que logré recuperar 6 puestos más.

 

En el sector de la bicicleta —que constaba este año de 20 kilómetros más que el año pasado al poder prescindir de las restricciones a las que obligó la COVID en la edición anterior—, me concentré en comer e hidratarme religiosamente según el plan que me había marcado. Como en mi vetusta montura carezco de un medidor de potencia —esencial en este tipo de pruebas de esfuerzos tan prolongados en las que conviene ir regulando y racionando vatios y energías— me había marcado como propósito alcanzar una velocidad media de al menos 30 km/h, siempre y cuando mantuviese la cadencia entre 80 y 90 pedaladas por minuto: en los momentos en los que por la orografía desfavorable o simplemente debido a falta de fuerzas no alcanzaba la cadencia objetivo, me despreocupaba de la velocidad y me concentraba en engranar una corona que permitiese desarrollar esas 80 pedaladas por minuto y reservar así energías para la carrera a pie. Resultado final, 2 horas, 53 minutos, 17 segundos, a una modesta velocidad media de 30,48 km/h (prácticamente idéntica al promedio de 30,33 km/h alcanzado el año pasado, eso sí, con la salvedad de que por entonces el recorrido en bicicleta había quedado reducido a solo 70 km).

Nadie podrá alegar, pues, que me presenté a tontas y a locas, irreflexiblemente y sin un plan estudiado y preconcebido. Tal vez no fuese el plan ideal, ni él más adecuado a mi edad y características fisicas, pero a él me ceñí con total disciplina y entrega: si en la edición pasada me había funcionado a las mil maravillas, ¿por qué no lo habría de hacer en esta?

Es preciso destacar aquí que debido al accidente del domingo anterior no pude contar con mi rueda trasera de siempre y que tuve que contar con una prestada in extremis por mi amigo Sebastián Gómez, con la salvedad de que mi cambio es de únicamente 7 velocidades y la rueda prestada era de 8: debido a la indexación del cambio —o, más exactamente, debido a su falta de indexación y sincronización— tuve que prescindir de dos coronas durante todo el recorrido... con el infortunio de que eran justamente dos a las que debería sacarles mayor partido, hándicap que tuve que solventar con un esfuerzo suplementario durante todo el sector ciclista. Para explicarlo de manera que se pueda entender, es como si un coche tuviese que circular con dos marchas menos de las que tiene...

© @chus_de_prado


En la segunda transición, de la bicicleta a la carrera a pie, invertí 2 minutos y 17 segundos, 29 segundos más que el año pasado, pero, con todo, logré recuperar un puesto en la clasificación. Y a partir de ahí, la debacle...

Si el año pasado me quejaba de que «el único contratiempo fue la vejiga, que tras la mojadura del baño, pedalear con la ropa empapada y la presión del perineo contra el sillín (a pesar de ser este conveniente y confortablemente acanalado), me dio la lata con persistencia acuciante», este año por desgracia se repitió idéntico problema y con una gravedad aun mayor, tal que me obligó a retirarme aproximadamente en el km 8 de la carrera a pie. Yo que, como mi admiradísimo Rafael Nadal, me jactaba de que «no me retiro ni cagando», tuve que sucumbir a manos de una supuesta prostatitis —los diferentes médicos que me han atendido no coindicen en sus diagnósticos— que, seis días ya después de la competición, me mantiene para mi amargura de baja laboral, en casa y con la pata quebrada, y con una presión incomodísima, persistente y agobiante en el bajo vientre.

Mi entrada en meta, al contrario de lo que suele ser usual en mí  —acostumbro a entrar exultante, pleno de energía, con los brazos extendidos haciendo el avión (facendo o parvo) y echando la lengua fuera— fue, a pesar del aplauso generalizado y de los ánimos de los espectadores presentes, con semblante cariacontecido, desanimado y con un andar de lo más parsimonioso.

Mi entrada en meta, ya descalificado, parsimonioso y desanimado

Los 8 km que pude recorrer de la carrera a pie resultaron un tormento, una tortura inhumana debido a los dolores y presiones en el bajo vientre y el perineo. Ya desde que dejé la bici en la zona de transición y di la primera zancada me di cuenta de que aquel no iba a ser mi día, pero por pundonor todavía conseguí completar uno de los tres bucles al circuito de la carrera a pie e iniciar el segundo, que abandoné a la altura del campo de fútbol municipal del Lagares para volver, exhausto, deshidratado y dolorido, peregrinando fatigosa y arduamente a más no poder, hasta la zona de transición y meta de la playa do Vao. Baste decir que mi plan era recorrer los 21,1 km del medio maratón final a un ritmo de 5 mins/km, pero los ocho que pude recorrer me salieron al penoso ritmo de 7:25 mins/km.

 

8 km de puritito sufrimiento, de auténtica tortura y dolor


Por desgracia, la enseñanza que me queda a estas alturas es que, a la espera de una próxima consulta con el urólogo, parece que en virtud de mi edad, de mis condiciones físicas y de mi salud debo abandonar las palizas kilométricas en bicicleta y los triatlones de distancia media y larga... me tendré que conformar con las distancias sprint y olímpica, que no es poco.

Hay, sin embargo, un rayo de esperanza en el horizonte: acudir a un especialista en biomecánica y ver si conseguimos encontrar alguna configuración para la bicicleta y algún tipo específico de sillín que me permita continuar con estas disciplinas de ultradistancia que tanto me gustan y me colman de orgullo y satisfacción. No pierdo nada por probar suerte.

Porque puedo.

Comentarios

  1. Habrá que darle una vuelta a todo eso que comentas para poder continuar con tus aventuras. No me puedo ni imaginar lo duro que ha tenido que ser para ti. Mucho ánimo en tu recuperación. Enhorabuena por el post y por el blog

    ResponderEliminar
    Respostas
    1. Muchas gracias por tus amabilísimas palabras, Javi: no sabes cuánto me reconfortan y animan a seguir adelante. Un abrazo.

      Eliminar

Publicar un comentario