Se llama este boletín digital de periodicidad completamente irregular y anárquica «Porque puedo», pero desde ahora, tras lo ocurrido a finales del pasado mes de abril en Aveiro o ayer en Oporto, tal vez debería pasar a denominarse «Porque no puedo». Corrí ayer, domingo 3 de abril, la 20.ª edición del maratón de Oporto, mi quinta carrera de esa distancia mítica. Cuando se disputa con un objetivo concreto, como he corrido yo cuatro de mis cinco maratones, constituye una carrera de esta distancia un enervante, desquiciante e impredecible juego ya no de minutos, sino de segundos. Puede uno esforzarse y sacrificarse al máximo y metódicamente durante muchas semanas de entrenamiento específico que nada garantiza un resultado victorioso ni una experiencia positiva: puede que ese día los dioses del maratón tengan planes muy distintos a los tuyos. Eso sí, yo prefiero pensar que por fortuna el día de la carrera no es lo que nos define e identifica: lo que realmente nos describe es el proceso; l
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