Se llama este boletín digital de periodicidad completamente irregular y anárquica «Porque puedo», pero desde ahora, tras lo ocurrido a finales del pasado mes de abril en Aveiro o ayer en Oporto, tal vez debería pasar a denominarse «Porque no puedo».
Corrí ayer, domingo 3 de abril, la 20.ª edición del maratón de Oporto, mi quinta carrera de esa distancia mítica. Cuando se disputa con un objetivo concreto, como he corrido yo cuatro de mis cinco maratones, constituye una carrera de esta distancia un enervante, desquiciante e impredecible juego ya no de minutos, sino de segundos. Puede uno esforzarse y sacrificarse al máximo y metódicamente durante muchas semanas de entrenamiento específico que nada garantiza un resultado victorioso ni una experiencia positiva: puede que ese día los dioses del maratón tengan planes muy distintos a los tuyos.
Eso sí, yo prefiero pensar que por fortuna el día de la carrera no es lo que nos define e identifica: lo que realmente nos describe es el proceso; lo que fehacientemente nos retrata es el trabajo invertido y las horas de dedicación y sacrificio bien planificadas y celosamente cumplidas.
Corrí ayer con el objetivo —y ya van tres infructuosas veces— de bajar de 3 horas y 15 minutos. No lo conseguí. Llegué a meta con un tiempo neto de 3 horas, 18 minutos y 21 segundos, logrando así mi segundo mejor crono en la distancia de Filípides. Por suerte, puedo jactarme de haber llegado a meta entero y de una
pieza. Y también puedo presumir de que ahora, mientras junto estas
letras poco más de 24 horas más tarde, me encuentro de maravilla, sin dolores ni lesiones, que ya
estoy preparado para otra y que ni ayer ni hoy he tenido que bajar
ningún tramo de escaleras marcha atrás. Estoy seguro de que no muchos de los
más de 5000 participantes en la prueba de ayer pueden decir lo mismo,
pues perjudicados se pudo ver a bastantes tanto durante la carrera como una vez traspasada la línea de meta.
Entre los motivos de este nuevo fracaso —¿se le puede llamar fracaso o será ese un término excesivamente fuerte?— se me ocurren tres básicos.
El principal, sin duda, es mi ineptitud e impotencia: no doy para más, no hay por qué engañarse: me preparo a fondo, siguiendo un plan de entrenamiento sistemática y concienzudamente; mimo mi nutrición y mi descanso; cuido los pequeños detalles; me preocupo por elegir cuidadosamente el calzado e indumentaria —tanto para el día de la carrera como para cualquier entrenamiento en virtud de su duración e intensidad—; me preparo y me mentalizo; leo blogs, libros, veo vídeos y me formo e informo; preparo minuciosamente la nutrición e hidratación en especial durante los 3 días previos y durante la carrera en sí... intento controlar metódicamente todas las variables controlables e ignorar los imponderables y hago todo lo que puede estar en mi mano.
En segundo lugar, hay que decir que fue el de ayer un día impropiamente caluroso para el tiempo de Difuntos y de las castañas asadas: 24 ºC había a la hora de mi entrada en meta ayer en Oporto, temperatura indeseable para disputar un maratón en condiciones meteorológicas óptimas, muy lejos del rango de entre 6 y 10 ºC que, dicen los expertos, es la temperatura perfecta para rendir al 100 % en una prueba de esta distancia y características. El sol nos apretó y agobió inmisericordemente en bastantes tramos de la carrera, momentos en los que no se percibía ni una ligera brisa. Previosoramente —como dije antes, controlo todas las variables controlables— llevaba una gorra blanca ligerita y fresquita que iba humedeciendo con el agua que se proporcionaba en las estaciones de avituallamiento ubicadas cada 5 km.
Con una media de 4:42 minutos por km, acabé la carrera en el puesto 444.º de 5183 participantes (429.º de 4188 hombres) y, como se puede comprobar en la imagen inferior, hice una carrera uniforme y homogénea, con unos parciales cada 5 km que oscilaron entre los 4:38 y los 4:44 minutos por kilómetro. Insuficientes: para romper la barrera de las 3 horas y cuarto hace falta correr cada kilómetro 5 segundos más rápido, a una media de 4:37 minutos por km: un enervante, agobiante e impredecible juego de segundos.
En lo positivo puedo decir que pasé del puesto 742.º en el kilómetro 21,1 del medio maratón al 444.º en línea de meta: nada más y nada menos que 298 corredores adelantados en la segunda mitad de la carrera.
Pasándolo mal, lo he pasado bien y lo he disfrutado a tope, tanto durante la propia carrera como durante las 15 semanas de preparación específica. ¿Qué más se puede pedir!
Porque (non) podo
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