Espejismos, fraudes y adulteraciones


Me entero por un vídeo de uno de mis canales favoritos de YouTube que recién se ha abierto el plazo de inscripción para el maratón de Chicago que se celebrará, Dios mediante, en octubre de 2023.

No tengo ninguna intención de participar en él ni en ninguno que se celebre allende las fronteras de la península ibérica —tal vez estaría dispuesto a hacer una excepción con el de Londres por el encanto y magnetismo de esta ciudad— porque si correr un maratón resulta ya de por sí harto fatigoso, no me quiero imaginar cómo resultaría el sufrirlo en otro huso horario tan distante con las complicaciones de intendencia, además, que ello acarrearía.

Aun así, echo un vistazo por pura curiosidad a los tiempos que hay que acreditar para poder inscribirse en él y compruebo que la marca mínima necesaria para mi sexo y grupo de edad es de 3 horas y 35 minutos, lo cual me produce una gran satisfacción y no poco orgullo porque en los tres maratones que he corrido hasta la fecha siempre he rebajado ese crono.

¡Pero quieto parao! De repente caigo en que hay una tercera columna de tiempos y compruebo que hay uno reservado a aquellos que se declaran de sexo no binario. Se conoce que los organizadores del maratón de Chicago quieren ser correctísimos políticamente hablando —sign of the times— y que están muy al día en todas estas tendencias que a mí, por mi edad y mentalidad vetustas, se me escapan. Pero también se conoce que en ciencia no están muy puestos y que, desde luego, no han oído hablar de los doctores Marino y Errasti —conviene subrayar mucho lo de doctores, pues no son unos falabaratos, ni unos vendehúmos, ni unos pelanas cualesquiera— que ponen en su sitio, con la ciencia en la mano, lo que no son, según ellos, más que espejismos.

Así que vamos a explicarlo bien clarito: si yo no fuese capaz de acreditar en un maratón una marca homologada oficialmente inferior a 3:35:00 y quisiese participar en el próximo maratón de Chicago, lo tendría muy fácil, facilísimo: solo tendría que declararme de sexo no binario y de repente me llovería del cielo, gratis et amore, la nadería de 45 minutos. ¡Cua-ren-ta y cin-co mi-nu-ta-zos! ¡San Abebe Bikila y san Eliud Kipchoge me asistan! Y el mismo desfase o similar, el mismo atraco a mano armada, se da en los demás grupos de edad.

De tener que hacer un maratón a un ritmo mínimo de 5 minutos y 13 segundos por km, podría pasar a correr —¿correr? ¿de verdad? ¿sería correcto, apropiado y aun lícito emplear ese verbo?— al parsimonioso ritmo de 6 minutos y 18 segundos por kilómetro: un paseo.

Puedo afirmar y afirmo que en mi estado convaleciente actual, fuera de forma por completo y pasado de peso, con todos los achaques que me acucian actualmente, soy capaz de echarme a correr y completar 42 kilómetros y 195 metros en menos del tiempo del gerontológico 4:20:00 que se le exige a alguien que, con un componente narcisista subjetivo e irracional —palabras textuales del doctor Errasti y no mías ni de la bruja Lola—, se autodeclare de sexo no binario. ¿Pero qué desvarío, qué sinsentido es este? Y no solo desde el punto de vista deportivo.

En todo caso, si se le quiere hacer un hueco a ese colectivo —o a los que surjan según soplaren el simún o el siroco, si los días fueren impares o si la luna estuviere en fase creciente—, que las condiciones que se le impongan sean tan duras como las que más y no esta ventaja tan exagerada, descarada, inmotivada, irracional, desequilibrada y desequilibrante: ¿cuántos corredores de sexo masculino se verán injustísimamente privados de un dorsal en este maratón porque un simpátique caminante diga que no es macho ni hembra ni todo lo contrario? Con que sea solo uno ya está el mal hecho.

Por supuesto, que cada cual viva su vida como la quiera sentir y libertad para que cada uno haga de su capa un sayo, claro que sí, y máxime dentro de la esfera privada. Pero otra cosa bien distinta es cuando determinadas opciones pasan a afectar negativamente a los demás y se convierten en espurias ventajas asimétricas que producen desequilibrios e injusticias. Ahí ya no, por favor, de ninguna manera.

Por otra parte, no se conoce ningún hospital ni centro médico del mundo —pero es que ninguno en absoluto, oye— en el que, cuando llega a este valle de lágrimas un neonato o cuando se ingresa a un paciente, sea de la edad que sea, en la pulserita de plástico que se les pone en la muñeca no ponga X o Y: no existen otras variantes, no hay otras posibilidades y eso es así, sobre todo, por el bien del paciente, para que los galenos puedan tratarlo y medicarlo adecuadamente según sus cromosomas y características biológicas, físicas, químicas y hormonales.

Y así debería ser también, por equidad, limpieza y por deportividad elemental, en el mundo del deporte.

Si esto no es trampa, si esto no es un fraude y una adulteración, que baje Filípedes y lo diga.

Porque puedo

Comentarios